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Que yo sepa, ningún rey ha traído del otro mundo la sangre derramada en su nombre. Ni roja ni azul.

Despreciar con tenedor dorado la ropavieja de un miércoles puede resultar tan cruel a la vista de un pobre como abandonar al sol la abismal mirada de unos platos vacíos.

Esa mancha de tinto derramado sobre el fino mantel de oropeles se tornará púrpura y enigmática tras el abandono crepuscular: un lienzo de delirios creados por la necesidad y el azar. Así es el arte.

Hay algo intenso, divertido y voraz en el proceso de un artista cuando aborda la necesidad de darse. Eso me ocurrió al brotar la “Sangre Azul”. Unas migajas de humor y amor reconfortan el tiempo muerto y me alivian del espanto cotidiano. Un divertimento. Aún resuenan en mi mente los ecos de Ouka Leele diciendo: “¡Martín, tu risa podría desenroscar todos los tornillos del universo!”. ¡Ojalá la sangre tuviera el precioso color del amor y los tornasoles de la risa contagiosa!

En torno a 2008, estábamos pasando la crisis de la burbuja, y yo, frente a la pantalla, trataba de comprender qué sucedía. No me refiero exclusivamente a la situación de la crisis, sino también a mi situación personal, que tenía cierta similitud con el proceso inflamatorio que nos había llevado al colapso. Pensé que, de la misma manera que los trapos sucios de la familia se lavan en casa (o, mejor dicho, se ocultan en casa), había algo turbio en las operaciones inmobiliarias en España y, en particular, en las del yerno del gran padre. Me vino a la mente el recuerdo de un reportaje en el que decía a sus hijos: “Hijos, que yo no tengo dinero… que yo no tengo dinero… ¿Qué os habéis pensado, que por ser el Rey…?” (Lo mismo nos decía mi padre: “Que la vaca solo tenía una teta, que venían las incompatibilidades…”). Cuando comenzaron a aflorar los asuntos del yerno, me dije: “La está liando. ¡Pero por qué no les dan una casa digna y se dejan de trapicheos! ¡Pobres reyes!”. Entonces salieron a la luz los innumerables tropiezos y resbalones, el elefante en la cacharrería, etc. Todo tan previsible como la crisis que nos tocó padecer. Antes de firmar la Constitución, deberían haberla leído detenidamente, con especial atención al artículo 47, referente a la vivienda, y al artículo 20, sobre la libertad de expresión. También la letra pequeña del artículo invisible número “sex”: “Para la jodienda no hay enmienda”.

El caso es que, a mediados de mayo de 2011, por falta de efectivo, me vi haciendo la compra con la tarjeta de El Corte Inglés. Aún no era 15 de mayo. Al volver, bajo la estatua ecuestre de Carlos III me topé con una marabunta de gente alegando. La imponencia del gentío, expresándose y reordenando el sistema, además del peso muerto de mis bolsas cargadas de comida comprada a crédito, me contagiaron de una excitación tan intensa como el sentimiento de indignación que nos hermanaría desde ese rebelador instante en la Puerta del Sol.

Insólito, tal vez histórico. Corrí a casa a por la cámara. En adelante, cada día bajaba a escucharles y a hacer las fotos que, durante un tiempo, fueron comunes para todas las miradas, cámaras, teléfonos, redes sociales y medios de comunicación. Allí nos encontrábamos amigos y gente que hacía tiempo no veía. Se sentía la complicidad por encontrar soluciones al descalabro que los constructores, políticos y banqueros habían tramado a nivel mundial. Por lo visto, el Estado y los ayuntamientos sostenían una economía famélica que se nutría de los impuestos generados por las transacciones inmobiliarias, permitiendo la escalada de precios en beneficio de intereses, plusvalías, comisiones administrativas y fiscales, ajenos a la deriva ya pronosticada. Una operación especulativa que se inflaba con el volátil gas de los desahucios, la deuda, la intervención y el rescate. Lo mismo pasaba con la corrupción institucionalizada. Para que una organización política se lleve el 3%, solo hay que hacer la vista gorda mientras se baila el misterioso vals del dinero. Estas son las cosas que se le perdonan al padre, las que se aprenden en casa: la mentira piadosa, la culpa, la dominación, la deuda, la sumisión, la evasión, la ausencia, el pecado original. El pan nuestro de cada día. Pan para hoy, hambre para mañana.

El patriarcado es un legado que sobrevive por una extraña genética de imposiciones, privilegios y conceptos obsoletos, nocivos incluso para el ecosistema. La codicia, la envidia: nadie tiene suficiente. No basta con tener más, hay que tener más que el prójimo para ser alguien. Pero, que yo sepa, ningún rey se ha llevado al otro mundo la sangre derramada en su nombre. Ni roja ni azul. Lo mismo pasa con billetes, comisiones y ladrillos.

Cada día, de vuelta de los paseos nocturnos por Sol, comencé a desarrollar estas imágenes, que mostraban la historia de amor de una familia ejemplar, la familia real. En 2013, al hilo de los acontecimientos e incertidumbres, publiqué el primer video con las imágenes construidas en 3D, más allá de la narrativa oficial. En ocasiones, recibía denuncias desde el anonimato que me bloqueaban las cuentas sociales por mostrar una teta o boberías así. También me excluyeron de algunas exposiciones. Me movía en los límites de la fotografía, eso que ahora llaman postfotografía, postverdad, inteligencia artificial. Mientras trabajaba, rezaba un sencillo mantra: “Podrán joderme la vida, pero el presente me pertenece”. Así me he ido ganando el título de outsider en la ortodoxa iglesia de la oficialidad. De pronto, la nueva Ley de Seguridad Ciudadana (Ley Mordaza) definió nuevos límites a la libertad de expresión. Me dio por pensar que sería conveniente retirar los videos e imágenes. Tal vez mostrarlas en el futuro, cuando se pudieran apreciar con perspectiva.

Admirado con la reciente creación del ejemplar museo “Galería de las Colecciones Reales”, ahora que vivimos inmersos en el mundo fake, rodeados de memes, sometidos al relato nuestro de cada día, no parece que mis imágenes puedan resultar ofensivas. Más allá del divertimento, son la expresión artística de ese tiempo que viví, el homenaje a una familia divina y humana, tan estructurada y desestructurada, real e irreal; tan impuesta como la tuya y la mía.

¿Quién sabe si los debidos retoques a la ley mordaza lograrán devolvernos la plena libertad de expresión? ¿O será la misteriosa barrera entre inteligencias la clave para un nuevo cisma, con que penalizar la natural inteligencia del artista?

“Crisis? What Crisis?”, respondió a la prensa en los años setenta el primer ministro del Reino Unido, James Callaghan, al volver de sus vacaciones por el Caribe. De ahí salió el título del memorable disco de Supertramp que ahora escucho en vinilo. Mientras, doy los toques finales a este texto… y contemplo una rosa dorada, color fuego, color miel, color piel, que me habla de mi abuela Rosa. Y, sin otra risa, por lo visto, trato de asimilar la incómoda realidad de que el color de la sangre no es otro que el color del dinero, por la gracia de Santa Perpetua Crisis, San Deudardo Crónico y sus floridos mantos de promesas incumplidas.

Mientras tanto…

¡Salud y Libertud!

Martïn Sampedro

 

 


«SANGRE AZUL»  Martín Sampedro 2013 | Música: “Les barricades mistérieuses”. François Cuperin 1717

 

 

 

 

 

Descargar el libro. «Sangre Azul» By Martïn Sampedro. Una historia real.